En tiempos en las que todos nos hemos hecho expertos en virus expansión de virus, mutaciones y somos plenos conocedores de la transmisión de las bacterias. Una mujer Esther Lederberg fue capaz de demostrar que las bacterias y virus se expanden. Ahora también os digo buscar profundamente en los libros el reconocimiento a su persona, porque cuenta la leyenda que hasta en su propio velatorio, se comentaba lo injustamente poco reconocida que había sido por los adelantos en ciencia que había realizado.
Dale al play y descubre su historia
Pero antes de contaros su historia, vamos a situarla en el mundo.
Esther Miriam Zimmer nació en el Bronx, Nueva York, en 1922. En el seno de una familia muy pobre. Al finalizar el bachillerato, logró una beca para estudiar bioquímica en el Hunter College, en Nueva York, donde se graduó en 1942.
La joven Esther estaba decidida a estudiar bioquímica en contra de los consejos de su entorno, quienes la intentaron convencer en vano de que una carrera de ciencias, ofrecía a las mujeres muy pocas oportunidades. Y no era su lugar.
La estudiante continuó en su empeño, acabó su licenciatura y en 1946 obtuvo su título de máster en genética. Ese mismo en diciembre de ese año, se casó con el también biólogo Joshua Lederberg.
Obtuvo un doctorado en la universidad de Wisconsin, en donde ella y su marido trabajarían juntos estudiando bacterias.
Cuenta la leyenda que en sus inicios en la investigación era tan pobre que cuando estudiaba en la escuela de posgrado, se comía las ancas de rana que sobraban de las disecciones de los laboratorios.
Para comenzar a hablar de las relevantes contribuciones realizadas por Esther Lederberg, hay que recordar que las bacterias fueron inicialmente un material de trabajo imprescindible para los biólogos de la época. La más estudiada en el laboratorio se llama Escherichia coli, un microorganismo que forma parte de la flora intestinal humana.
La E. coli se reproduce muy rápidamente en pequeñas cajas de vidrio de laboratorio o placas de Petri. Esta célula microscópica es capaz de dividirse para formar una colonia visible compuesta de millones de células. Cada bacteria tiene los genes necesarios para su supervivencia y reproducción dispuestos en un único cromosoma; algunas también contienen pequeñas moléculas de ADN que llevan genes con funciones para ser resistente a algunos fármacos.
Al igual que el resto de los organismos vivos, las bacterias pueden ser infectadas por ciertos virus. Normalmente contaminan y se reproducen en su interior.
Pues todo esto que os acabo de contar lo sabemos gracias a las investigaciones realizadas por Esther Lederberg.
En el año 1950, Esther Lederberg fue la primera en aislar el bacteriófago lambda, también llamado fago, un virus de ADN que infecta al E. coli. La trascendencia de este trabajo, realizado el mismo año en que la joven científica expuso su tesis doctoral, produce uno de los principales hitos de su carrera como investigadora.
Esther descubrió un nuevo tipo de bacteriófago (un virus que infecta bacterias) llamada lambda. El virus actuaba de forma diferente, no mataba inmediatamente a su bacteria hospedadora. Se escondía dentro del ADN de la bacteria hasta que su hospedador estaba a punto de morir, en ese momento, se propagaba. El estudio del bacteriófago lambda proporcionó una mejor comprensión de la reproducción de los virus y de enfermedades como el herpes o los tumores causados por virus o el VIH.
Esther también creó un nuevo modo de estudiar las mutaciones de las bacterias, llamado método de réplica en placa. Antes de este invento estudiar las mutaciones conllevaba una enorme cantidad de tiempo. Para estudiar las mutaciones de los virus. Esther utilizaba un pedazo de terciopelo para fijar bacterias en placas redondeadas que contenían diferentes tipos de compuestos químicos y de esta manera era más fácil ver que bacterias mutadas vivían o morían.
Haciendo gala de una notable imaginación, Esther Lederberg consiguió copiar la superficie de una placa con varias colonias utilizando un fragmento de terciopelo de algodón esterilizado, sujeto en el extremo de un cilindro o un mango. Al presionar la superficie cultivada, como si se tratara de un sello, las pequeñas fibras de la superficie del terciopelo actúan como minúsculas agujas en las que quedarán adheridas algunas bacterias de cada colonia.
Esta técnica de replicación de placas bacterianas ideada por la joven investigadora representó un gran avance: las copias idénticas de colonias bacterianas conseguirían simplificar enormemente el trabajo de los microbiólogos. De hecho, el nuevo método de trabajo propició notables progresos en el conocimiento de la genética de las bacterias. Además, tales avances pudieron posteriormente aplicarse a células más complejas. Esther Lederberg inventó la técnica de replicación de placas bacterianas. Tras su descubrimiento se convirtió en un modelo para el estudio de otros virus con comportamiento semejante.
Cuando en 1950 Esther Lederberg publicó sus resultados, de inmediato pasó a ser una herramienta de trabajo ampliamente utilizada en numerosos estudios de genética molecular.
Las excelentes conclusiones de la joven científica permitieron también demostrar por primera vez un importante fenómeno llamado transferencia horizontal de genes, o sea, la transmisión de material genético entre organismos de la misma generación sin implicar la transmisión del ADN. La transferencia horizontal explica, entre otras cosas, la capacidad de las bacterias de tener resistencia a los antibióticos; un problema médico de considerable importancia.
No olvidemos que cuando descubrió estos adelantos en la ciencia, la carrera de la investigadora solo estaba comenzando. Su trabajo siguió ampliándose proporcionando excelentes resultados. Muy pronto fue capaz de diseñar con notable ingenio una novedosa técnica de trabajo que los bioquímicos, genetistas y microbiólogos, venían intentando lograr desde hacía tiempo con nulos resultados positivos.
Este nuevo método permitió a su equipo de investigación estudiar la resistencia bacteriana a antibióticos y demostró que las bacterias pueden mutar de forma espontánea. También descubrieron que algunas bacterias eran resistentes a los antibióticos antes incluso de entrar en contacto con ellos.
Su trabajo hizo que Joshua el marido, ganara el Premio Nobel en 1958, sin embargo en los diversos discursos que dio por haber recibido el galardón, nunca dio las gracias a Esther por su investigación.
Esther Lederberg estuvo entre ellas. Sus numerosos trabajos, realizados a lo largo de más de cincuenta años de intensa y fructífera actividad investigadora, abrieron la puerta a descubrimientos fundamentales en la genética de los microorganismos. Lamentablemente, sus grandes logros en muchas ocasiones se han adjudicado a su marido, quien alcanzaría gran renombre siendo ella una gran desconocida.
Ciertamente, hasta comienzos de los años cincuenta los equipos de investigación habían ensayado multitud de pruebas para conseguir replicar cultivos idénticos de bacterias, pero no eran capaces de lograrlo. La solución más sencilla y eficaz, sin embargo, se le ocurrió a la joven Lederberg.
El artículo que describe tan innovadora metodología fue publicado en 1952. Lo firmaron Joshua y Esther Lederberg, aunque la idea había sido de ella, el primer autor del artículo fue su marido, a quien se atribuyeron los principales méritos de la investigación.
Sin su contribución a la ciencia, muchos adelantos posteriores no se hubieran podido realizar, o habrían tardado mucho más tiempo en lograrse.
Por detallar un aporte importante en la vida, Esther y su marido lleno de reconocimiento basado en los logros de Esther. Regresaron para seguir investigando juntos a Stanford en 1959 pero se divorciaron en 1966 (por lo que fuese)
Esther continúo trabajando en la universidad y se convirtió en la directora del Plasmid Reference Center. Amaba tanto su trabajo que continuó incluso después de jubilarse oficialmente.
Esther Lederberg fue una de las muchas damnificadas por circunstancias de la época que ante un descubrimiento el nombre que prevalecía en el reconocimiento era el de la parte masculina del equipo. Muchos expertos reconocen que la personalidad de ella, de naturaleza modesta y generosa, favoreció a que en los primeros años de su vida profesional no reclamara el reconocimiento que se merecía.
De hecho, Joshua Lederberg, que por sí mismo era un excelente científico, no se lo vamos a negar, recibió numerosos premios que, debieron ser compartidos con su esposa. Ella era una científica que plasmaba ideas en el diseño de los proyectos de investigación, y no una simple ayudante de laboratorio.
Esther con la técnica de replicación de placas bacterinas, inicialmente atribuida a su marido, existen numerosas evidencias que muestran cómo la mayor parte del trabajo necesario para crear esa técnica lo realizó ella.
Visitando tiendas de tejidos, hablando con los dependientes, haciendo pruebas con esos tejidos en el laboratorio, consiguió esterilizar el terciopelo y diseñar la mejor forma de utilizarlo. Toda una labor que la investigadora explicó, detalló y discutió con sus compañeros del laboratorio.
La científica trabajó con diversos investigadores pioneros del siglo XX, algunos de ellos premios Nobel, el de su marido de Medicina o Fisiología de 1958 se compartió entre tres galardonados, una mitad se otorgó a Joshua Lederberg y la otra mitad fue para el genetista George W. Beadle y al bioquímico Edward L. Tatum. Unos años atrás, en 1944, la joven microbióloga había trabajado como ayudante de investigación con estos científicos, y según cuenta la historia: La colaboración de Esther contribuyó en cierta medida a que ellos lograsen ganaran el Premio Nobel en 1958.
Cuando Esther Lederberg llegó a la Universidad de Stanford, solo le ofrecieron un contrato precario como profesora investigadora asociada en lo que actualmente es el Departamento de Microbiología e Inmunología.
La científica, consciente de estar sobrecualificada, inició una ardua lucha para alcanzar un contrato digno. El combate, compartido con otras colegas, duró años. Una prueba más de la determinación y espíritu de lucha que supieron ejercer las mujeres para conseguir ser reconocidas académicamente.
Muchos de los nombres asociados a logros espectaculares en la biología a partir de la segunda mitad del siglo XX, corresponden a prestigiosos científicos varones. Manteniendo la creencia en la comunidad científica de que este campo del conocimiento estaba únicamente basado en los resultados obtenidos por hombres y no tanto por mujeres.
Las mujeres también contribuyeron dejando sus pasos marcados en la historia. No obstante, la mayor parte ha permanecido un tanto olvidada, invisibilizadas por el olvido. Pero esperamos que gracias a esta serie de podcast. En los que relatamos la huella que diversas mujeres dejaron para la historia. Consiga dar a conocer y dar visibilidad a magnificas mujeres.
Ahora os toca a vosotros dejarnos vuestros comentarios, vuestras opiniones o lo que queráis, siempre eso sí… que sea bueno, en espacio de comentarios. Nos llenaría de orgullo y satisfacción que difundáis esta historia.